Maurice.
–Muy
buenas noches bella dama. Me ha susurrado el viento que en las orillas de esta
desierta jungla tropezaría con la sombra de una hermosa mujer pero jamás imaginé
tal grado de belleza cual la suya. Dígame, ¿cuál es su nombre?
Margaret. –¡Vaya!
En verdad pensé que nadie habitaba en este lugar, no he visto ni un sólo animal
ni he escuchado voz alguna más que la suya, mi nombre es Margaret y dígame,
¿quién es usted?
Maurice. –Eso,
señorita, realmente no importa, pero le diré que me llamo Maurice. Lo que me ha
de intrigar es ¿cómo ha llegado tan delicado ser a estos fúnebres, salvajes y
fríos rumbos?
Margaret. – ¡Es
una muy trágica y triste historia! El avión en el que volaba tuvo problemas y
la turbulencia los empeoró, íbamos a caer en cualquier momento así que decidí
saltar, tomé un paracaídas y me arrojé. No supe qué pasó con las demás
personas, el avión siguió en picada mientras yo decencia hacia esta jungla. Mi
paracaídas se quedó atorado en esos árboles detrás de usted y tuve que cortarlo para poder zafarme, caminé
un poco pero no encontré a nadie que me auxiliara, creí estar sola hasta que
escuché su voz. ¿Y usted por qué está aquí?
Maurice. –Sí
que es triste y trágica su historia, permítame contarle la mía. Nací aquí,
jamás pregunté a mis padres cómo es que llegaron ni por qué. Fui creciendo al
mismo tiempo que ellos envejecían y llegada mi adolescencia falleció mi padre y
unos meses después mi madre dejándome totalmente huérfano, por suerte aprendí a
escoger los frutos que me daban de comer y por desgracia como decían ellos me
falta la carne, pues jamás se ha visto animal alguno aquí, me hablaron sobre
ellos pero sólo viven en mi imaginación. Jamás he podido salir de aquí, no hay
salida, lo he intentado todo y siempre regreso al mismo lugar, es imposible.
Margaret. –
¡Es una verdadera lástima, cómo quisiera ayudarlo! Bueno por ahora no podré
pues son ya las doce menos cuarto y estoy realmente cansada.
Maurice. – ¡Margaret! ¡El tiempo se ha ido volando es muy peligroso permanecer en tierra a
esta hora, debemos subir a un árbol, venga yo le ayudo, apoye su pie en mis
manos y brinque, debe escalar e ir lo más alto que pueda!
Margaret. –
¡Está bien, subiré! Pero dígame por qué es tan peligroso.
Maurice. – En
punto de las doce de la noche se escuchan truenos aunque todo esté en calma,
mas no se ven, el viento comienza a hacerse cada vez más frío y denso, tanto
que a nivel del suelo se forma una neblina con la que es imposible respirar
pues congela los pulmones de quien lo intente, las raíces de los árboles
comienzan a crecer y a moverse tumbando todo lo que haya a su paso de manera
que si se encuentra abajo le hacen tropezar o le sujetan, la tierra comienza a
hacerse cada vez más suave, pero no se vuelve arena movediza, se vuelve ácido,
el ácido más letal que pueda existir o llegar a inventarse y quien tropiece se
hunde en él, se ahoga, se quema y se deshace.
Margaret. – ¡Eso
es muy aterrador!, que bueno que ya estamos sobre el árbol, pero, ¿cómo sabe
usted eso si no ha habido más seres aquí?
Maurice.
–Porque así fue como morí.